lunes, 19 de mayo de 2014

Sobre la danza bonita

Esa danza bonita de mil nombres, danza del vientre, árabe, oriental, o simplemente, bellydance para los que sólo conocen un idioma, anda lejos de ser dignificada. Frente a otras manifestaciones artísticas, donde se lucha por la rigurosidad en el estudio y la representación del arte, de manos de profesionales legítimamente acreditados para su divulgación, en la danza bonita, se está gestando un proceso inversamente proporcional, a más afición, menos calidad.

Y que todo quede en afición, porque el panorama da claras señas de una situación aún mas grave: cada vez proliferan más grupos de aficionadas, o supuestas bailarinas que, por el simple hecho de haber recibido un par de clases, se elevan al rango de 'bailarinas de danza oriental', con mayúsculas, y tras haber participado en un par de talleres de las superestrellas intencionales del Bellydance, dicen ser sus discípulas y por ende, tener licencia ilimitada en la enseñanza y lo que es peor la representación pública del baile árabe. Con ello no hacen más que vulgarizar y desvalorizar todo un arte milimétrico y que requiere mucho tiempo de entrenamiento y dominio de la técnica, con un simple meneo descoordinado de caderas o brazos. 

Esta tendencia está perjudicando a las profesionales de esta danza, que desde temprana edad llevan practicando y estudiando la correcta interpretación de un baile, tan antiguo como imposible por su complejidad: no hay ni un sólo músculo, ni un pequeño rincón del cuerpo que no tenga que ir bailando al compás de las notas de una Darbuka, un Nai, o unos crótalos. Han empleado un esfuerzo sobrehumano para poder representar la magnitud de la danza árabe con dignidad y pasión, una pasión que no incluye sólo la formación práctica, sino tanto o  más importante, el estudio teórico, de sus orígenes y sus reglas. Y todo esto es necesario para la dedicación profesional, es decir, siempre será válida la práctica personal de un arte si queda en los límites de la afición, pero no si invade el campo de los profesionales.

El gusto por un tipo de arte implica algo más que enfundarse un traje de brillantes, falso pero resultón, y a cuanto mas chillón, mejor bailo. EL gusto verdadero nace desde dentro, y abarca amplio, mucho más que "eso de saber hacer un Shimmy de cadera". Implica la afición  por todo el mundo donde tuvo su cuna, la cultura, el idioma, su gente, etc. Y gran parte de estas nuevos autodenominados grupos de Bellydancers ni tan siquiera sabrían contar un poco de su historia. 

Bailarinas del llamado 'Casino Badía', que dirigía Badia Basadni
en las décadas 20, 30 y 40 en El Cairo (Egipto).

La famosa bellydancer Tahia Carioca (años 20), alumna de Madame Basadni,
 salió de la escuela del Casino Badia.

Ya sea al ritmo Saidi, Baladi, Shaabi, Sherk, Maksum, y un largo etcétera, con velo, bastón, o sable, o simplemente un Oriental clásico, existe una opción para esta nueva generación, y bastante más lógica: dedicarse a ser espectadoras, apoyar el Bellydance desde la barrera. Si realmente amaran y respetaran la danza oriental, no irían mas allá de la butaca. Desde luego, Samya Gamal, Tahia Carioca, Badia Basadni, las grandes abuelas de la danza árabe, y primeras grandes estrellas, las cuales fueron imitadas por representantes de primera categoría de décadas posteriores, como Raqia Hassan, Mahmoud Reda o Fifi Abdou, y que aún sirven de referente para las mejores bailarinas contemporáneas, es decir, Saida Helou, Jillina, Bozenka Arencibia, Munique Neith, y en España, otras muchas más. Que vivan en su torre de marfil, ajenas a este fenómeno, que bailen, en blanco y negro, si es necesario, y que sigan siendo las únicas masters, Bailarinas con mayúsculas que podamos admirar detrás de unas cortinas, con sus mágicos movimientos, bailando al compás de un Nai.